martes, 11 de octubre de 2011


La veo venir desde la ventana de mi habitación. Me escondo detrás de la cortina, para que no me vea. Todavía queda la posibilidad de que no encuentre la casa, o que se arrepienta, o que le de vergüenza. ¿Pero en que estoy pensando? Ha hecho el trayecto de hora y media en guagua, para venir a verme, y apuesto cualquier cosa a que lleva otra media hora mirando todas las casas de la zona, para averiguar cuál es la mía. Tonto de mi que un día se la tuve que dibujar en clase de arte cuando nos aburríamos, y aun más tonto, que la tuve que dibujar tan detallada y con los colores adecuados, tanto, que ahora le será imposible no diferenciarla, sobretodo por ese azul- verdoso del que está pintada, que ya le expliqué un día que era inconfundible, porque era el color exacto del mar de nuestra playa favorita de la isla.
De repente se para, se sube las gafas de sol hasta la cabeza, y mira hacia mi casa, luego al dibujo, y luego a mi casa otra vez, y sonríe, esa sonrisa de satisfacción y triunfo que siempre pone cuando algo le sale bien. Y siento que me voy a morir. Me siento ese niño tímido que era hace años, ese niño tímido que suelo ser cuando ella está a mi alrededor. Aunque yo se que a ella a veces le pasa lo mismo, o le pasaba.
Suena el timbre, y no me da tiempo a gritarle a mi madre que no abra la puerta cuando ya la escucho entrar. La saluda, le da dos besos y le dice que ha venido a verme a mí. Oigo como mi padre apaga la tele, y sale a ver qué pasa, y luego mi hermano. Me imagino cómo se estarán mirando el uno al otro, extrañados. Yo nunca invito a chichas a casa; nunca, sobretodo porque nunca llegó a ese grado de intimidad que creo que se necesita para invitar a una persona a tu casa. Sé también que Sandra será perfectamente consciente de ello, pero seguirá sonriendo como si venir a mi casa sin avisar sea lo más común del mundo.
Oigo como sube las escaleras, y me pongo cada vez más nervioso. ¿Pero que estoy haciendo?
Como era de esperar, entra sin tocar la puerta. Se tira encima de mí y me tapa los ojos con las manos. Y yo sonrió, y es que no puedo evitarlo. Sus manos huelen a ella, una mezcla del olor de la playa, de flores, y de algo más que nunca he sabido descifrar. Me encanta cuando me toca, porque no lo suele hacer muy a menudo. Se inclina, me muerde la oreja, y todavía con las manos sobre mis ojos, me tira a la cama.
+¿Quién soy?
-¿Qué haces aquí Sand?
Me rió, me doy la vuelta, la miro, y el nudo que tenía en el estómago se va.
+Te creías que te ibas a librar de despedirte de mí, eh tontín.
-Pero y los demás, ¿no te ibas a ir a despedir de ellos?
+Sí, bueno, les llamé y les dije que no me dejaban salir hoy, que tenía que acabar de preparar la maleta… No me mires así, me sentí mal ¿vale? Pero puedo sobrevivir sin despedirme de ellos, pero de ti no.
-Si tantas ganas tenías de verme, me lo hubieras dicho y hubiera ido.
+Pero mira…sí que tienes cara. Si te lo estuve pidiendo ayer, y me dijiste que no podías y te inventaste mil y un excusas. Hasta parecía que no querías verme.
-No es eso.
+¿Entonces?
-Es que odio las despedidas Sand, no las soporto.
+Lose Tommy, y por eso he venido aquí, porque yo al menos no puedo estar dos meses sin verte y sin haberme despedido de ti en condiciones.
La miro, la abrazo y le digo al oído que la voy a echar de menos, y ella suspira, me devuelve el abrazo y me dice que ella a mi también, y no sé cómo, pero sé que lo dice porque es verdad, porque lo siente.
Se aparta, me mira a los ojos, me acaricia el pelo, y tuerce la nariz, de esa forma tan rara y cómica, que la caracteriza. Yo sonrió y le pego un puñetazo suave en el hombro. Ella me coge la mano para que pare, y no la suelta.
Y nos quedamos así, callados, mirándonos y dándonos la mano durante un buen rato.
De repente ella se inclina y me besa, sin avisar, sus labios apenas rozan los míos. La miro, desconcertado, es que no me lo puedo creer.
+No te alarmes ¿vale? Solo sentía curiosidad por ver como se sentía al besar a alguien que quieres de verdad.
Y con eso, se levanta, y se va.
Tardo un par de minutos en reaccionar, y salgo corriendo.
Bajo las escaleras, salgo por la puerta, y corro.
La veo sentada en la parada de guagua con la cabeza entre las rodillas.
Al verla así, tan triste, tan vulnerable, la fachada que a lo largo de tanto tiempo construí se desmorona. Y es que la quiero. La quiero y punto. Y ya no puedo luchar para seguir controlando mis impulsos. No puedo dejar que el miedo a perderla como amiga me guié; ya no aguanto más.
Me siento a su lado y le acaricio el pelo.
Ella levanta la cabeza y me mira. Está llorando.
Me acerco, y beso cada una de las lágrimas que hay en su cara, hasta que por la beso de verdad. La beso con deseo, con ganas, con pasión, con ternura, y hasta con rabia. Porque llevo años esperando este beso. Luchando contra él.
Y cuando puedo sentir como ella sonríe mientras la beso; en ese momento, siento que ella porfin es feliz, y me doy cuenta, de que yo lo soy también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario